La actividad agroalimentaria es una de las principales causantes de la contaminación, no hay forma de darle la vuelta a ese enunciado. De hecho, la FAO considera que cerca de 20% de la contaminación proviene únicamente de esta actividad y que es la actividad primaria que más contamina. El modelo de producción actual no sólo genera contaminación atmosférica, principalmente por las emanaciones provenientes del ganado bovino, sino que también existe degradación de los suelos, contaminación del agua y de la tierra por el mal uso de agroquímicos, contaminación generada por el transporte excesivo al no existir canales eficientes de distribución alimentaria y hasta por las emanaciones de gases derivado de las quemas de pastizales, quemas para combatir las heladas y de las mermas y la destrucción de las mismas.
En días recientes, echamos un vistazo a un futuro probable en la Ciudad de México, si no cambiamos el modelo actual de producción, distribución y consumo, y es que las contingencias ambientales que padecimos fueron producto, en gran medida, de incendios forestales y, aunque su causa no ha sido perfectamente identificada, las teorías más sensatas apuntan a que se debieron al cambio climático, pero también pueden deberse a que la quema de pastizales con fines agrícolas se encuentra en una regulación más laxa y menos controlada, la cual urge retomar, analizar y recomponer a fin de disminuir los posibles impactos futuros. Esta práctica agrícola adversa es ancestral e incluso, se le conoce por el nombre de roza, tumba y quema, debido a que los árboles y matorrales son derribados, dejados a secar y, posteriormente quemados. Este tipo de agricultura nómada tiene mayor prevalencia en estados como Oaxaca, Chiapas y Guerrero. Casualmente, las imágenes satelitales de semanas recientes dejaron que la mayoría de quemas e incendios provenían, precisamente, de la zona sursureste del país, con un influjo de aire hacia el centro, debido a las corrientes que circulaban. No sólo se genera un impacto notable en la generación de gases, sino que la quema continua deriva, eventualmente, en la degradación de los suelos y, si bien la primera cosecha es abundante, las siguientes no lo son tanto, por lo que los productores se ven obligados a continuar el ciclo en otra zona. Si ya de por sí esta práctica suena menos que ideal, ahora, con las nuevas regulaciones que permiten perpetuarla de manera inconsecuente, el problema puede ser peor, y los estragos ya son visibles y respirables. La quema de pastizales, sin duda, contribuye al cambio climático.
Este mismo cambio climático que ha retrasado cosechas, que ha adelantado ciclos agrícolas y que ha generado pérdidas millonarias por motivo de heladas, inundaciones, sequías, lluvias torrenciales y granizadas. El mismo cambio climático que, irónicamente, el modelo actual de producción agrícola ayuda a generar.
¿Cuál es la solución entonces? No podemos dejar de producir, no sólo por el impacto económico que esto generaría, al paralizar de facto la economía nacional, sino porque, aunque parezca obvio señalarlo, dependemos de la agricultura y de la ganadería para alimentarnos, para sostener el estilo de vida que llevamos actualmente. Más aún, el modelo tiene que cambiar, porque, hacia 2030, la FAO tiene previsto un colapso global, si las tendencias globales de crecimiento poblacional y de producción siguen su curso actual.
La Ciudad de México, por contraintuitivo que parezca, podría ser un referente en el cambio del modelo de producción agrícola. Existen tres grandes planes, derivados de la contingencia ambiental y de los índices de contaminación que una de las ciudades más grandes del mundo posee: plantar árboles frutales y perennes en camellones de la ciudad, aprovechar el espacio rural que existe al margen de la zona más urbanizada del país, y apostarles a los huertos urbanos. Aunque personalmente la idea de los camellones me parezca completamente descabellada por tan sólo la gestión que esto requiere, y obviamente sólo se podrían considerar los tipos de cultivo viables para el clima en la zona, vale la pena poner atención sobre el planteamiento completo a fin de entender la esencia del proyecto. En esencia, los tres planes parecen tener un mismo eje rector: reverdecer la ciudad. Pero estas medidas van un paso más allá y forman parte de los objetivos de la FAO para transformar el modelo de producción agrícola actual, ya que se basan en un modelo colaborativo en el que la democratización y soberanía de los alimentos es fundamental.
Una de las grandes verdades de la agricultura en el país es que más de 90% de la actividad agrícola es desarrollada por pequeños productores. El problema radica en que el campo ha sufrido de un abandono sistemático que han convertido la palabra “rural” en un sinónimo de pobreza. El campo, muchas veces, se vuelve de auto subsistencia, y a veces ni siquiera se logra este objetivo. No sólo la falta de apoyos han sido clave en el abandono del campo, sino la falta de información y de opciones comerciales han impedido que los campesinos puedan vivir de su trabajo, mucho menos obtener ganancia de éste. Esto ha provocado que, aunque la agricultura tenga su grueso en el pequeño productor, sean los medianos y grandes productores los que acaparen la mayoría del mercado, ya ni hablar del mercado de exportaciones.
Ahora bien, si se opta por la agricultura urbana, virtualmente cualquier hogar puede volverse productor y, si se ejerce de manera planificada y eficiente, se pueden desarrollar economías colaborativas horizontales que harían que la transformación del modelo fuera una realidad. No sólo los huertos urbanos implican un menor uso de tierras cultivables y de recursos, como el agua o la tierra, sino que reducirían la contaminación a causa del transporte, procesamiento, almacenaje y empaque.
De esta forma, al tener más árboles invadiendo la ciudad, aunado a un cambio en la forma en la que producimos y consumimos y, sobre todo, ofrecer oportunidades reales a los pequeños productores, la contaminación puede reducirse de manera considerable. Claro que esto no sólo se trata de todos sembrar en la azotea de nuestras casas, sino en un cambio completo en la mentalidad de todos los involucrados en las cadenas de valor y en las cadenas de consumo. Si puedo producir parte de mis propios alimentos y cambiar o vender el excedente con mi comunidad, puedo reducir la cantidad que compro en el supermercado. Esto implica una reducción en el almacenaje, en el transporte, en los recursos naturales empleados y hasta en el excesivo material utilizado para el empaque, que dicho sea de paso, ha ido incrementándose de manera descontrolada al intentar ser una tendencia de marketing. Mallas, cápsulas, domos, bolsas, cajas de cualquier tipo de material y otros, son utilizados para buscar un posicionamiento en el mercado; y al no estar regulado, discriminadamente contribuye a la generación de toneladas de basura innecesarias.
Como productores, tenemos que estar conscientes de que el modelo actual está rebasado y tenemos que mostrarnos abiertos al cambio. Después de todo, para que esto funcione, cada vez más personas serán productoras del mismo modo que son consumidores. Con esto en mente, una herramienta que permita hacer más eficiente la comercialización va a ser fundamental para el desarrollo de una economía colaborativa. De poco o nada va a servir que más personas produzcan si sucede como con los pequeños productores actuales, quienes no pueden tener acceso a clientes o a cadenas de valor y sus productos terminan mermados. Recordemos que cerca de 34% de la producción actual termina en merma, debido a la falta de opciones de comercialización o a falta de infraestructura correcta de almacenamiento y transformación. Esta herramienta existe hoy en día y se llama Smattcom. Gracias a esta herramienta digital puesta al servicio del sector agroalimentario, los productores pueden encontrar de manera directa a compradores y comercializadores, lo que reduce el intermediarismo, así como las mermas. Un productor puede vender directamente y en tiempo real encontrar a quien busca el producto, lo que deriva en reducción de costos operativos y provoca precios justos. Podemos pensar, incluso que, con la adopción de huertos urbanos, una plataforma de comercialización de productos agroalimentarios puede ser la clave para que el libre intercambio de bienes sea tan sencillo como conectar a través de una red social, pero con el respaldo de un equipo profesional y de una comunidad sana y empática.
Combatir la contaminación requiere de todos, de acciones pequeñas y compromiso, pero también de una transformación del modelo. Bajo este nuevo esquema, podremos ayudar a reducir el hambre, alcanzar la soberanía alimentaria y resolver un problema del que no nos hemos querido encargar por décadas. Hoy, más que nunca, Smattcom puede ser parte de la solución, el comercio inteligente para el agro.
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