En materia agroalimentaria, la autosuficiencia alimenticia no sólo es una de las promesas más fervientes y relevantes del próximo gobierno de México, sino una deuda histórica que todos los gobiernos que le han precedido tienen con el país.
México es una de las grandes potencias del sector agroindustrial, debido, principalmente, a la fertilidad de sus campos y su amplísimo territorio. Recordemos que, debido a la distorsión espacial del mapamundi, México no se percibe con la justa dimensión territorial que le corresponde, pero, en término reales, nuestro país es mucho más grande de lo que aparenta. El territorio nacional comprende 1.9 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales, 32.4 millones de hectáreas es superficie agrícola.
Con semejantes números, no podríamos culpar a cualquier persona por creer que México tiene la capacidad como para alimentar a su población sin depender de importaciones excesivas de alimento. Después de todo, no nos aquejan situaciones similares a las de, por ejemplo, Japón, que tiene una de las tasas de importación de alimentos más altas, principalmente, por el escaso territorio y la complicación de cultivar en zonas montañosas. México, por otro lado, cuenta con la tierra y el clima para el cultivo; sin embargo, el campo nunca ha sido una prioridad real en las administraciones gubernamentales. Los intereses siempre han sido económicos y políticos, mientras que el campesino, el jornalero, el ejidatario, ha sido tratado como ciudadano de segunda categoría y raramente ve reflejado en forma de ingreso o poder adquisitivo su trabajo. Más aún, conforme México se moderniza –del centro para afuera, por desgracia-, más personas huyen del campo y de la labor agrícola y prefieren dedicase a cosas distintas. Después de todo, no sólo no hay beneficios económicos en ser campesino, sino que se ha tratado a la profesión como sinónimo de ignorancia y de pobreza.
Por otra parte, cuando se ha intentado dar apoyos al campo mexicano, éstos han sido víctimas de la corrupción. Duplicación de beneficiarios, apoyos mal canalizados, sin suficiente alcance, o que, simplemente, se pierden en un mar de coyotes, desvíos y corrupción. Más aún, en los casos en los que los apoyos sí llegan a quienes deben ser canalizados, no derivan en casos de éxito, pues se precisa también asesoría y de capacitación técnica y administrativa. Mientras que nuestros países aliados comerciales y principales consumidores, Estados Unidos y Canadá, destinan apoyos multimillonarios cada año al campo, México se encuentra en clara desventaja y toda la cadena de producción y de consumo lo resiente.
¿Pese a lo anterior, la autosuficiencia alimentaria es posible? En principio, sí. Pero para lograrla, se tienen que dar cambios sustanciales en cómo se tratan a los productos frescos y procesados de los campos y aguas del país. En primer lugar, urge una modernización del campo; cerca de 80% de las tierras de cultivo siguen siendo de temporal. En segundo lugar, necesitamos dejar de importar comida que es fácil de producir en México. Como mencioné en mi texto “Sin maíz no hay país”, tenemos una dependencia nociva al maíz amarillo de Estados Unidos, y no es el único producto que traemos de fuera cuando bien podemos cosecharlo en las tierras fértiles de esta nación. El problema radica tanto en la modernización de las técnicas de riego, cultivo y en el acceso (y, por qué no decirlo, pérdida del miedo) a semillas modificadas genéticamente, como en la adecuada canalización de recursos gubernamentales en apoyos efectivos. Si se da una renovación en la burocratización de los apoyos y se ataca el problema de la corrupción, los productores tendrán mucha mayor facilidad de acceder a recursos que se necesitan para producir de manera más eficiente.
Por último, se necesita apoyar a los productores locales dotándolos de las herramientas necesarias para comercializar su producto de manera directa y siendo ellos los principales beneficiarios. Además de esto, hay que permitirles tener información completa, en la forma de tener acceso a los niveles de demanda en tiempo real. Después de todo, el verdadero éxito de la sustentabilidad es la información de la demanda; éstas permiten generar inversiones inteligentes dirigidas y ventas más oportunas, lo que reduce la merma potencial. Por último, debemos mirar hacia buscar el respaldo de organizaciones de productores, cámaras de comercio o economías colaborativas. Es justamente teniendo las necesidades del campo en mente que desarrollé Smattcom. He estado participando activamente en la industria agroalimentaria por años y eso me ha permitido conocer a cabalidad las problemáticas y ofrecer una solución digna de un campo de primer mundo. Una herramienta viable aunada a una reestructuración de las políticas agropecuarias puede ser la mancuerna suficiente para avanzar. Es por eso que he buscado consolidar la cooperación de Smattcom con los tres niveles de gobierno. Como reza una de las grandes ideas de la revolución, “La tierra es de quien la trabaja”. El mexicano trabaja la tierra y la tierra cultivada es generosa y fértil. México tiene suelos envidiables, sólo necesita la herramienta adecuada para poder labrarla.
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