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Por un México sin productos transgénicos

Actualizado: 18 oct 2019



Los temas agroindustriales no le son ajenos a la nueva administración del país. De hecho, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, refrendó muchos de sus compromisos con el campo mexicano durante su toma de protesta y en los actos posteriores a ésta. A 11 días de haber iniciado su mandato, el presidente ha declarado en múltiples ocasiones la estrategia delimitada para poder desarrollar al campo mexicano. Una de estas propuestas es, quizás, una de las más controversiales: la prohibición tajante de organismos modificados genéticamente, o transgénicos, en los cultivos del país. De primera instancia, pareciera ser un discurso arraigado en el deseo por proteger las especies endémicas del país y en pro de la seguridad alimenticia de México, pero también puede verse como una acción mal dirigida aún cuando se tiene la mejor intención del mundo. ¿Qué son los productos transgénicos? ¿Qué tan peligrosos son realmente? ¿Su prohibición de verdad tiene un respaldo científico real o se trata de un tema político y económico, una medida que rasca apenas la superficie de lo que hay debajo? ¿Es posible garantizar la seguridad y autosuficiencia alimentarias del país sin cultivos transgénicos?


Existen muchos mitos y desinformación sobre los organismos modificados genéticamente. La realidad es que los productos transgénicos han sido víctimas de una campaña de miedo y de desinformación constantes durante buena parte de los últimos 20 años. La mayoría de estos mitos han tenido sustento a partir de la reproducción e interpretación incorrecta de información científica o de poca reputación o han sido rebatidas vez tras vez gracias a estudios más recientes y con mayor rigor científico. Incluso actualmente, existe un fuerte movimiento de marketing para vender productos denominados non-GMO, no modificados genéticamente. Pongamos las cosas en perspectiva. En primer lugar, existen pocas o ninguna especie en el mundo que no han sufrido modificaciones genéticas. Así que, contrario a lo que se repite como mito, no hay una abundancia inconmensurable de transgénicos, ni están en todos lados ni están escondidos a simple vista. De hecho, la mayoría de estos cultivos tienen modificaciones genéticas enfocadas a su resistencia a plagas, a enfermedades y a volverlos más resistentes a la sequía. A este tipo de cultivos se les denomina híbridos. Entonces, la percepción de que estamos consumiendo diariamente productos transgénicos en nuestros platos también es exagerada y, a todas luces, errónea.


Por otro lado, en algunos estratos de la población existe la percepción de que los transgénicos modifican nuestro ADN al ser consumidos, ya sea en su forma normal o procesada. Aquí existe una cantidad inmensa de investigaciones, estudios y documentos científicos y académicos que muestran lo contrario, debido, principalmente, a que la recombinación y la manipulación genética operan, como su nombre lo indica, en el ADN del organismo. El ADN no es más que un compuesto de proteínas esenciales compuestas, a su vez, por aminoácidos básicos para la vida. Una vez que el ADN entra al organismo por medio del sistema digestivo, éste lo descompone en sus elementos básicos y lo procesa. De este modo, tanto el ADN “natural” como el de organismos transgénicos termina siendo procesado de la misma manera y no hay estudio serio avalado por la comunidad científica que demuestre que esto implica un riesgo para la salud. Esto lleva al punto siguiente, el que indica que no hay suficientes estudios sobre las consecuencias de los productos transgénicos en el consumo humano. Como la literatura al respecto demuestra, hay cantidades enormes de estudios serios en pro y en contra del consumo de transgénicos; de hecho, en promedio, para que un transgénico vea la luz, pasan 13 años y se lleva una inversión cercana a los 130 millones de dólares.


Ya que tocamos el tema económico, podemos pasar a uno de los temas más sonados cuando se habla de transgénicos: las transnacionales y Monsanto. El mito implica que los transgénicos son diseñados con el fin de hacer más dinero, que buscan expulsar a las especies endémicas, que buscan tener un monopolio para que los granjeros sólo compren semillas de patente. Todo esto ha sido refutado de una u otra manera; veamos casos concretos. En primer lugar, los productores no están de ninguna manera obligados a comprar semillas de un proveedor u otro. Los productores pueden comprar semillas de transgénicos de la misma manera en que pueden comprar semillas híbridas de un proveedor o intercambiar semillas entre ellos. El agricultor, al final, selecciona qué es mejor para su producción y, de manera directa o indirecta, también propicia la modificación de organismos, aunque por manera de selección artificial.


Lo cierto aquí es que las semillas transgénicas, así como los medicamentos, están sujetas a las leyes de patente, por lo que el agricultor no puede cosechar semillas de un organismo producido con una semilla de patente con fines comerciales, sin embargo, puede cosecharlas para consumo, intercambio y siembra de subsistencia siempre y cuando la producción resultante no sea utilizada en comercio a gran escala.


Por último, se debe hacer mención de esta teoría sobre el aumento de fertilizantes, pesticidas y plaguicidas que, son utilizados con mayor frecuencia a causa de la presencia de transgénicos. Si bien hay semillas que se desarrollan para soportar el uso de herbicidas de amplio espectro como el glifosato, también hay transgénicos que son diseñados con el fin de producir proteínas o enzimas que los hagan más resistentes, sin la necesidad de plaguicidas, tal es el caso del maíz Bt resistente a larvas y minadores. Esta variedad termina siendo más rentables en relación a la cantidad producida por hectárea.


Vamos, ahora, a un tema que resuena con mayor fuerza en México y una de las razones principales, si no es que la principal, por la que el tema transgénico pega tan cerca de casa: el maíz. Se rumora y se esgrime como argumento indiscutible que la introducción y el empleo desmedido de maíz transgénico va a desplazar y eliminar las especies endémicas de maíz en México. Para esto, me permito hacer referencia y paráfrasis de estudios científicos especializados sobre el tema del maíz y de cómo funciona realmente la manipulación genética, así como la afectación real de introducir nuevas características genéticas a un organismo como el maíz.


Uno de los mayores mitos sobre los cultivos transgénicos: que “contaminan” las especies nativas. Primero que nada, tenemos que sacarnos de encima la concepción de que el maíz como lo conocemos es y siempre ha sido de esta manera. Así como los animales, las plantas para consumo humano han sufrido un proceso de domesticación por medio de la selección artificial. De esta manera, los humanos seleccionan los organismos con cualidades más deseables y, a lo largo de generaciones, se modifican hasta cumplir con estos requisitos. Si vemos el caso del maíz, por ejemplo, la teoría más socorrida es la de su parentesco genético con el teosinte (o teosintle), que actualmente crece a manera de hierba junto al maíz. Si los comparamos lado a lado, no parecieran guardar semejanza alguna a simple vista; sin embargo, ambos tienen elementos genéticos similares, sólo que el maíz ha cambiado lo suficiente como para ser considerado una especie distinta dentro de la misma familia. A decir de esto, la recombinación genética que se da de manera “natural” por medio de hibridaciones y mutaciones es lo que ha permitido que tantas especies de maíz existan en México. Sin embargo, la forma en que esta hibridación se da, no ha, de ninguna forma, desplazado a una especie por otra.


Cabe aquí preguntarse entonces, ¿los productos transgénicos afectan al entorno?, ¿Son más eficientes? ¿Pueden ser benéficos para el ambiente y los bolsillos de los agricultores? ¿qué motiva a la nueva administración a su prohibición tajante? Aquí hay lugar para la especulación, pero siempre con un sustento en la experiencia. En primer lugar, tenemos la presión de la comunidad internacional y el ejemplo de Europa. Los países europeos no aceptaron la inserción de productos transgénicos y, en su lugar, optaron por la idea de una agricultura orgánica (en algunos casos).


Si no es ésa la razón, quizás la lucha del presidente no sea en pro del campo y hacia la conservación de las variedades endémicas, sino una guerra encarnizada sobre todo lo que le suene a neoliberal, tecnócrata o transnacional. Quizás la lucha por el campo tiene que librarse primero en temas que ayuden a retornar la inversión, en esquemas que garanticen la efectividad de los mercados y no en las técnicas tradicionalistas. De ninguna manera se busca demeritar el esfuerzo por el rescate al campo que se pretende implementar, pero sí considero prudente, pertinente y hasta obligatorio levantar cuestionamientos válidos sobre la forma en que pretende hacerse.


Sin lugar a dudas, el motivo por el cual el agricultor se ve atraído a incluir en sus cultivos algún producto transgénico o híbridos, es buscar un beneficio en el rendimiento, en mejoras en la resistencia a plagas o enfermedades y los beneficios que esto lleva en la comercialización. Con esta prohibición, lo que queda será desarrollar nuevas maneras de explotar el potencial que el campo mexicano guarda todavía. Una forma de lograr una mejora en la rentabilidad de la producción que no depende de transgénicos es por medio de esquemas comerciales novedosos de economía colaborativa. Este modelo económico relativamente reciente permite una democratización efectiva de la forma de comercializar productos. No se trata ya del pequeño productor vendiendo como puede a quien le quiera comprar en el precio que él fije sólo para revenderse y revenderse sin que se vea el verdadero valor de su trabajo, sino de una manera en la que todos los que quieran puedan participar del mercado y vender a precios competitivos. El que produce vende directamente a quien quiere comprar y ambos pueden conocer las necesidades y posibilidades del otro.


Los programas de ayuda y las políticas de rescate al campo son útiles, pero la mayoría han sido meras políticas asistencialistas que no sacan del rezago al campo y a los campesinos. Con esto en mente, Smattcom, el comercio inteligente para el agro, surge como una manera de favorecer la comercialización y poner en las manos de toda la cadena de consumo una herramienta para poder comerciar bajo sus propios términos. Sin poder recurrir a los transgénicos, podemos aún impulsar el desarrollo del campo a través de la innovación y la tecnología; si bien no genética, sí informática.



Algunos de los materiales y estudios científicos consultados para esta entrada, todos disponibles en línea, fueron:


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